Un hábitat suele definirse como el entorno donde vive un organismo o una comunidad. Más concretamente, como las condiciones físicas que permiten esa vida. Esta visión lo entiende como una “ocupación” de un espacio dado, en el que entorno y organismos permanecen separados. En ese caso, cualquier acción sobre el entorno sería superficial, sin afectar de fondo ni al lugar ni a quienes lo habitan. Así se proyecta un mundo rígido y estático, donde todo parece ya dado de antemano.

Esa idea se refuerza hoy a través de los modos de construcción dominantes: infraestructuras, viviendas y objetos producidos en serie, que crean un mundo de superficies y espacios listos solo para ser ocupados. Desde ASERTOS proponemos otra mirada: el hábitat entendido de forma dinámica, como una red de relaciones que evolucionan con cada actividad.

En este enfoque, el mundo no está “previamente establecido”, sino que se regenera de manera continua gracias a lo que hacen sus habitantes. Pensar en sostenibilidad, entonces, no es solo preservar o regular, sino imaginar una “resiliencia holística”, abierta y en desarrollo permanente a lo largo de los ciclos de la vida.

En un hábitat así, la acción no es un evento aislado, sino un hábito: con cada gesto diario, contribuimos a las condiciones en las que convivimos. Cada experiencia transforma tanto al habitante como al hábitat, y esas transformaciones marcan lo que vendrá después. Por eso, en este proyecto pensamos el habitar como algo relacional, que atraviesa distintas dimensiones: desde la configuración de cada lugar hasta la educación, la vida comunitaria, la salud y el bienestar. Territorio, espacio público y espacio personal no son esferas separadas, sino escalas entrelazadas en un proceso continuo de construcción compartida.